Frankenstein electoral
La discusión sobre la creación del Instituto Nacional de Elecciones (INE) como sustituto del Instituto Federal Electoral (IFE) y demás institutos electorales estatales, lejos de aterrizar en una propuesta sólida de mejoría del sistema electoral mexicano, pareciera encaminarse a la conformación de una especie de Frankenstein comicial.
De la creación de una sola autoridad electoral de carácter nacional, encargada de organizar todos los procesos electorales federales, estatales y municipales, el debate ha derivado en lo que se ha denominado el INE acotado o semicentralizado, modelo que ya no contempla la desaparición de los institutos estatales.
El nuevo Frankenstein electoral sería un órgano que reemplazaría al IFE, casi con sus mismas funciones y atribuciones, pero que garantizaría la subsistencia de los institutos electorales de las 32 entidades federativas, aunque los consejeros de estos últimos no serían electos o designados por los Congresos locales, para evitar la intromisión de los gobernadores, sino por el nuevo Consejo General del INE.
Con este modelo —aunque de modelo no tenga nada— supuestamente se cumpliría el propósito de contar con una autoridad electoral nacional pero sin afectar el sistema federalista mexicano, ya que los órganos electorales que hoy existen en los diferentes estados de la República Mexicana se mantendrían, pero con un mayor grado de legalidad, independencia y certeza, porque sus integrantes ya no serían nombrados localmente.
Con tal propuesta, impulsada por el gobierno peñista, en las elecciones seguirían operando dos estructuras: la del INE, para los procesos de carácter federal para presidente de la República, senadores y diputados del Congreso de la Unión, y la de los institutos estatales en los procesos locales para gobernador, presidentes municipales y diputados locales.
Todo esto me parece un absurdo, un despropósito, sobre todo ahora que en casi todas las entidades del país las elecciones federales y locales son o tienden a ser concurrentes.
Mantener dos estructuras electorales haciendo prácticamente lo mismo en un estado, como la organización de los comicios, el registro de candidatos, la selección y capacitación de los funcionarios de casilla, la instalación de urnas y el recuento de votos al final de la jornada, no sólo resulta excesivo sino altamente oneroso.
En suma: una estupidez mayúscula que no se debe ni se puede permitir.
Si hay que elegir entre el IFE actual, aun con todas sus carencias y defectos, y el monstruo burocrático electoral denominado INE acotado o semicentralizado —que en los últimos días se ha planteado en las reuniones del Pacto por México y en las negociaciones a puerta cerrada entre los senadores del PAN y el PRD con altos funcionarios del gobierno federal—, me quedo con el primero.
Ahora sí que, como dice el dicho: más vale malo conocido, que bueno por conocer, sobre todo si este nuevo INE sigue planeándose sobre las rodillas o cocinándose a todo vapor por la premura de sacar, antes de fin de año, la Reforma Energética.
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