PAN, sin identidad y perdido en la incongruencia

Ya lo escribí una vez, pero vale la pena reiterarlo luego de la última asamblea nacional del PAN. La crisis que este partido enfrenta —y que por lo visto no ha tocado fondo— no se debe a la falta de acuerdos para nombrar a su próximo dirigente y tampoco al poco o nulo consenso que existe entre su militancia sobre las reglas que norman su vida interna.

No. La verdadera crisis del PAN es de identidad, liderazgo y rumbo. Mientras sus miembros no definan qué tipo de partido quieren, con qué oferta política, ideológica y programática buscarán recuperar la confianza de los ciudadanos y opten por dirigentes y candidatos que representen a la sociedad y no a la burocracia partidista, los panistas seguirán hundiéndose.

Las contradicciones que ponen en evidencia su crisis de identidad son elocuentes.

El PAN que nació y se consolidó como un partido de cuadros, aristócrata y elitista, hoy no sólo adopta métodos y reglas de un partido de masas, sino que hasta parece avergonzarse de su pasado.

En su Asamblea Nacional del 16 marzo sus militantes votaron —a propuesta del senador Javier Corral Jurado— una reforma para que sus dirigentes fueran electos directamente por la militancia y no por su Consejo Nacional o sus consejos estatales.

Dicha modificación fue duramente criticada por algunos ex dirigentes del partido, como Germán Martínez Cázares, que pronosticaron la perredización del PAN o el fin de la llamada democracia indirecta, que el blanquiazul siempre había privilegiado en sus procesos internos.

Sin embargo, al reanudarse esta asamblea el domingo pasado se determinó, en medio de jaloneos, golpes y reclamos a su dirigente nacional, Gustavo Madero Muñoz, matizar esta reforma mediante la creación de una Comisión Permanente —conformada por las figuras y cuadros distinguidos del partido— que se encargará de tomar decisiones urgentes y de carácter coyuntural.

Paradójicamente, Gustavo Madero, al justificar la reforma al artículo 11 de los estatutos panistas, declaró que con este cambio en la vida interna del partido, el PAN dejaría de ser una organización dirigida por notables. Es obvio que Madero nunca imaginó el alcance de sus palabras, pues lo contrario a lo notable es lo corriente, lo vulgar, lo insignificante y lo irrelevante.

La metamorfosis para asemejarse a un partido de masas no le ha funcionado al PAN. Después de haber ganado la presidencia de la república en el 2000, su padrón de miembros pasó de 536 mil a un millón 850 mil. En cambio, sus votos cayeron de 16 millones —que obtuvo en aquella elección que llevó a Vicente Fox a Los Pinos—, a menos de 13 millones en el 2012, con Josefina Vázquez Mota, que mandó al PAN al tercer lugar con el 25% de los sufragios.

Pero lo peor de todo es que sus miembros y dirigentes actúan en contra del diagnóstico de la Comisión de Evaluación y Mejora, que se creó para analizar las causas que propiciaron la debacle electoral panista en los comicios del 7 de julio del año pasado.

La referida comisión evaluó que el PAN había sufrido una derrota electoral por la pérdida de identidad, la adopción de prácticas priístas para gobernar y competir electoralmente, y la conversión en un partido de masas.

El mar de contradicciones no termina ahí.

Según la encuesta publicada el domingo pasado por el periódico Reforma, el 73% de los panistas no apoyan la continuidad de Gustavo Madero al frente del CEN, pero en la XVII Asamblea del día anterior le aprueban su proyecto de reformas de armonización.

Los panistas encuestados aprobaron con calificación de 7.2 a su dirigente nacional, pero tres cuartas de ellos se pronunciaron porque Gustavo Madero no sea reelecto para un segundo periodo.

Sus dirigentes y figuras más representativas insisten en señalar, en distintos tonos, que la reforma estatutaria no representa la solución a la crisis del partido, pero en su última Asamblea Nacional ése, y no otro, fue el gran tema.

En suma: la incongruencia en su máximo esplendor.

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