LA CORTE DE LOS MILAGROS

El Nuevo Papa y las oportunidades perdidas de Benedicto XVI

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La renuncia de Benedicto XVI y la elección de un nuevo Papa le abren a la Iglesia Católica la enorme posibilidad de reconciliarse con su grey, que tiene razones suficientes para desconfiar de sus jerarcas —cardenales y obispos—,quienes en no pocos casos han pecado de omisión frente a los abusos y escándalos sexuales que han encubierto.

No puede descartarse el hecho de que estas graves situaciones están ligadas a uno de los votos más estrictos que la Iglesia impone a sus sacerdotes: el celibato.

En lo personal, soy un convencido de que el celibato no es una condición esencial o fundamental para el sacerdocio. Pedro, el primer Papa, y los apóstoles escogidos por el fundador del catolicismo eran, en su gran mayoría, hombres casados.

De hecho, no es una figura que haya nacido con la Iglesia de Jesús, sino que fue imponiéndose a partir del siglo IV en los concilios de Elvira, del año 306, y de Nicea y Laodicea, del 325. Primero se decretó que todo sacerdote que durmiera con su esposa la noche antes de dar misa perdería su trabajo; luego, que los sacerdotes ordenados ya no podían casarse; y más tarde, que las mujeres no podían ser ordenadas.

Fue a mitad del siglo XVI, en el Concilio de Trento (1545 a 1563), y como una reacción a la naciente Reforma Protestante de Martin Lutero, cuando la Iglesia Católica reafirmó la supremacía del celibato y la virginidad sobre el matrimonio. Entonces prohibió también, de manera terminante, el casamiento de sacerdotes.

Otra cuestión que también consolidó el celibato durante el Medievo fue la necesidad de la Iglesia de proteger sus bienes y riquezas, después de que el feudalismo europeo facilitó que los bienes de un feudo pasaran de padres a hijos y que el concesionario de las tierras no necesariamente fuera una persona individual sino un ente colectivo, lo que le permitió a la Iglesia de la época convertirse en la principal institución feudaria de Europa.

Así que en este contexto de la crisis de confianza y credibilidad que enfrenta hoy la Iglesia Católica por la renuncia de Benedicto XVI, y tras los escándalos en que se han visto envueltos algunos de sus prominentes clérigos acusados de pederastia, homosexualidad, pedofilia y de tener hijos con diferentes mujeres, no me parece remota la posibilidad de que el nuevo Papa ponga a revisión algunos conceptos, entre ellos el relacionado con la supuesta castidad que deben guardar sus ministros y diáconos.

El sucesor de Benedicto XVI bien podría aprovechar las oportunidades que dejó pasar Joseph Ratzinger para convertir la actual crisis en oportunidades de reforma y de analizar temas que han sido tabú como la sexualidad de laicos y clérigos, o de familias monoparentales o ensambladas versus familias tradicionales.

El celibato podría ser un buen comienzo, ahora que este principio se encuentra muy cuestionado y comienzan a surgir voces de teólogos y especialistas pidiendo su revisión. En uno de los textos del Concilio Vaticano II se asienta que éste “no es exigido por la naturaleza del sacerdocio, como lo muestra la práctica de la Iglesia primitiva y la tradición de las Iglesias orientales (…) Hay sacerdotes casados cuyo mérito es grande”.

El propio Juan Pablo II sostuvo, en junio de 1993, que “el celibato no es esencial al sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesús”.

Entonces, no es descabellado suponer que tarde o temprano veremos a la Iglesia “latina” volver a la antigua práctica de la primitiva Iglesia, la que conservaron los orientales, la que restablecieron los protestantes.

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Simón dice:

“En algunos la castidad es una virtud, en muchos es casi un vicio.”

Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán.

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